Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 9 de marzo de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Muro
Número y páginas del Diario de Sesiones: 67, 1709-1711
Tema: Rumores sobre la ausencia de Madrid de S. M. la Reina D.ª Isabel II y S. A. el Duque de Montpensier

Bien decía yo al Sr. Muro, Sres. Diputados, que debiera darse por satisfecho con la contestación terminante que había tenido la honra de dar a sus preguntas; porque por mucho que sea el talento del Sr. Muro, y por grandes los esfuerzos que ha hecho para desenvolver su interpelación, ha tenido que prescindir de todo cuanto yo he manifestado en respuesta [1709] a sus preguntas, y limitar su tarea a hacerse eco de los rumores absurdos a que antes me he referido. Y es que S.S. venía ya dispuesto a hacer la interpelación, cualquiera que fuera la respuesta que yo le diera. (El Sr. Muro hace signos afirmativos). Pues entonces, hace mal S.S., porque eso me recuerda aquella copla o cantar que dice:

"Tengo una calabazas

puestas al humo,

y al primero que llegue

se las emplumo". (Risas).

¿Qué ha hecho S.S., más que hacerse eco de los rumores absurdos que, yo no sé con qué objeto, ni sé tampoco su origen, pero que empezaron a correr en la prensa española, en la extranjera y aún en los círculos políticos, respecto de intrigas y misterios palaciegos, de destierros decretados y propósitos del Gobierno de desterrar a Doña Isabel II, a quien hizo salir precipitadamente de Madrid? En efecto, Doña Isabel vino a Madrid de paso para Sevilla; pensaba detenerse unos días en Madrid, y se detuvo mes y medio, y pudo detenerse todo el tiempo que tuviera por conveniente. Éste es el decreto de destierro que el Gobierno adoptó contra S. M. la Reina Doña Isabel, que dentro de unos días volverá a Madrid de paso para París. No ha habido, pues, semejantes propósitos en el Gobierno, ni hay necesidad de que los abrigue contra Doña Isabel II, que no ha dado motivos para ello, ni contra el Sr. Duque de Montpensier.

Pero por los mismos rumores de que S.S. se ha hecho eco, por todo eso de las intrigas y de los misterios palaciegos, por esa conspiración fantástica a que S.S. ha aludido, y en la cual figuraban nombres de algunos individuos de la Familia Real que casualmente, como otros años, habían de reunirse en Andalucía, creyendo yo que esto podía dar motivo a comentarios desagradables, y pretextó a S.S. o a otros como S.S. para hacer armas contra la Familia Real, por esto aconsejé al Sr. Duque de Montpensier, dentro de las relaciones personales que el Presidente del Consejo de Ministros mantiene con todos los individuos de la Familia Real, que aplazara su viaje por algún tiempo, hasta que esos rumores desaparecieran y su venida no pudiese hacerlos renacer. ¿Qué hay en esto de particular, que no se haya hecho siempre aquí y en todas partes?

Pero S.S. dice: ¿cómo el Sr. Presidente del Consejo de Ministros se atrevió a hacer esas indicaciones confidencialmente? Como se han atrevido todos los Presidentes del Consejo de Ministros, aquí y en todas partes; porque tienen ese derecho. Dígame, si no, S.S. si abrigando yo la seguridad de que S.S. tenía el deber de no suscitar dificultades al Gobierno, hubiera sabido que iba a dirigir esta interpelación, que no creo conveniente, porque no me parece que lo es traer al debate los nombres de altísimas personas, ¿me negaría el derecho de decirle confidencialmente: "Sr. Muro, no haga S.S. esa interpelación ante el Congreso, porque va a dar lugar a que los enemigos de las instituciones la interpreten mal, a que hagan sobre ella comentarios, a que se susciten rumores y a que se creen obstáculos y dificultades?" ¿No es verdad que tendría este derecho? (El Sr. Muro: Acepto la comparación, y ya contestaré). Pues si tengo ese derecho, Sr. Muro, en el caso supuesto, el mismo me asiste respecto de los individuos de la Familia Real, porque todos ellos tienen el deber de no crear nunca dificultades a los Gobiernos, aún con los actos más correctos. Las personas de la Familia Real tienen el deber de ser fieles al jefe de aquella; pero no se trata ahora de esto, porque lo que en esta esfera ocurriese no sería propio del terreno confidencial, sino que entraría en la esfera del delito, y del delito de alta traición. No; lo que hay es que los individuos de la Familia Real tienen el deber de no hacer ni aún las cosas más inocentes, si éstas, por inocentes que sean, pueden ofrecer ocasión a los enemigos para ser interpretadas de un modo perjudicial.

Por esto, el Gobierno, cuando un individuo de la Familia Real vaya a realizar un acto, celebrar una reunión o hacer un viaje, debe considerar si a su juicio puede eso prestarse a interpretaciones inconvenientes por los enemigos de la Monarquía; en cuyo caso, aún reconociendo toda la legitimidad y toda la inocencia de la reunión, del viaje o del acto, tiene el deber el Gobierno de advertírselo a los individuos de la Familia Real, para que no realice el acto o aplacen el viaje o la reunión. Esto se ha hecho en todas partes, y se ha hecho siempre, y se ha ejecutado aquí, sin que aquí ni en ninguna parte haya llamado la atención. Esto es lo ocurrido entre el jefe del Gobierno y el señor Duque de Montpensier.

Pero después me pregunta el Sr. Muro que por qué he variado de opinión. Pues, porque yo hice mi indicación en la creencia de que suspendiendo el señor Duque de Montpensier su viaje, cesarían los rumores; pero como mi indicación se hizo pública y surtía el efecto contrario, yo dije al Sr. Duque de Montpensier: "levanto mi indicación y puede S. A. venir cuando guste". A propósito de esto, S.S. se ha hecho eco de todos los rumores, y además, de todas esas indicaciones que han circulado por ahí, de que S. A. ha acudido a más alto tribunal en queja del Gobierno. Pues eso es una verdadera paparrucha; no ha habido semejante apelación, y me parece que S.S. no pretenderá saberlo mejor que yo, ni que tampoco lo sepan con más verdad esos periódicos de donde S.S. ha tomado la noticia. No ha pasado más que lo que ya he dicho, y S.S. debe creerme a mí mejor que a todos los periódicos que, como S.S. mismo ha manifestado, se han contradicho de una manera tan palmaria que no era posible ocultar.

Insistiendo aún más sobre este punto, dice S.S.: no, la cosa está perfectamente clara; el Gobierno no quería que vinieran a Madrid los Sres. Duques de Montpensier, y han venido contra la voluntad del Gobierno. Y S.S. añadía, para razonar más este argumento, que la prueba estaba en que el Gobierno no había bajado a la estación a recibir al Sr. Duque de Montpensier, quebrantando la costumbre establecida. Pues se equivoca S.S.; porque el Gobierno, ni este año, ni los anteriores, ni nunca, ha bajado a la estación a recibir o despedir a los individuos de la Familia Real, yo no la critico ni la abono; la he encontrado establecida, y aunque me parecería mejor que los Gobiernos no entraran para nada en cosas del interior de la Familia Real, como me he encontrado establecida la costumbre, la he querido seguir, aunque limitándola todo lo posible; y hoy, el Gobierno, como Gobierno, no baja a recibir más que a S. M. la Reina Doña Isabel II, primero, por haber sido Reina, y después, por ser abuela [1710] del Rey; a la Archiduquesa Isabel, por ser Princesa extranjera y por ser madre de la Reina y abuela del Rey; y por último, a la Infanta Doña Isabel, por la disposición en que la tienen colocada nuestras leyes; a los Príncipes extranjeros, claro está que también, en correspondencia a lo que hacen con nuestros Príncipes en otros países; pero a los tíos carnales, a los tíos segundos, a los primos hermanos y segundos del Rey, ¡cómo hacerlo! Entonces era cosa de que el Gobierno no se ocupara más que en recibir y despedir a individuos de la Familia Real. Únicamente cuando se sabe oficialmente que S. M. la Reina baja a despedir o a recibir a algún individuo de su familia, un Ministro, que suele ser el de Estado, va a acompañarla; y esto es lo que ha sucedido en la despedida del Duque de Montpensier, que como bajó S. M. la Reina, fue también el Sr. Ministro de Estado por acompañarla, y si no bajó a recibirle, fue porque no se supo a tiempo que bajara S. M.; el Sr. Ministro de la Marina fue como amigo particular especialísimo del Sr. Duque de Montpensier, que lo hace siempre, sea Ministro o no lo sea, pero no fue en representación del Gobierno. Ésta es toda la verdad, y yo siento tener que entrar en estos detalles, que no son realmente propios del Congreso ni del Parlamento.

Por lo demás, debo hacer una protesta respecto de las últimas palabras del Sr. Muro. Los Orleans no están reunidos en Sevilla; los Condes de París están en un pueblo de Andalucía, en una posesión suya; los Duques de Montpensier se hallan en Sanlúcar; la Reina Doña Isabel II está en Sevilla, y no ha habido ninguna reunión de familia; de manera que ni el señor Muro, ni nadie, puede sacar partido de esa reunión, que no ha tenido lugar, y que aunque se hubiera verificado, no tendría más importancia que la que han tenido otras reuniones verificadas en años anteriores. Todo esto, Sres. Diputados, confirma mi previsión, porque todos los años han tenido lugar esas reuniones, que no encierran nada de extraño, hallándose los individuos de la familia en una misma región de España, y sin embrago, los años anteriores no le han llamado la atención al Sr. Muro, y en cambio, en éste, aún sin haberse verificado, le han llegado a alarmar. ¿Por qué? porque el Sr. Muro no ha podido prescindir de los rumores absurdos que corrieron, y que yo quería hacer desaparecer evitando esta reunión, y a ser posible, las idas y venidas de los individuos de la Familia Real.

El Sr. Muro cree que yo he rectificado mi opinión. No; yo me he explicado bien claramente; lo que hay es, que en realidad, la respuesta a la interpelación del Sr. Muro estaba concluida con la que di a su pregunta; no es que yo me haya rectificado; es que mi rectificación era de todo punto innecesaria por la sencilla razón siguiente: la suspensión del viaje de los Duques de Montpensier podía haber impedido que se produjeran los rumores que yo quería hacer desaparecer. ¿Es que los Duques suspendían su viaje espontáneamente? Pues lo probable es que no se hubiera vuelto a hablar de esas intrigas ni de esos misterios; pero desde el momento en que yo hice la indicación y ésta fue pública, ya me era inútil que se siguiese, porque aparecía como una imposición del Gobierno y daba lugar a que se reprodujeran los rumores que yo quería que se desvanecieses; he aquí por qué pude perfectamente variar de opinión.

Creo, Sr. Muro, que debemos terminar aquí, porque, como he dicho antes, aquí no hay ningún interés vulnerado, aquí no hay violación alguna de derecho, aquí no existe quebrantamiento de ninguna ley, aquí no hay nada que no esté perfectamente ajustado a las leyes y a las prácticas constitucionales más severas.

¿Qué intervención puede tener en esto el Parlamento? ¿Puede S.S., para seguir discutiendo, fundarse en todo lo que han dicho los periódicos, en esos rumores absurdos a que S.S. se ha referido? No; eso ni es propio de S.S., ni puede servir de base a una discusión. Por consiguiente, yo creo que S.S. ha debido manifestarse satisfecho con la respuesta que he tenido el honor de darle y con la seguridad que ofrezco a S.S. de que en nada, absolutamente en nada se ha faltado a las prácticas constitucionales más severas, y de que, aun siendo la conducta de los individuos de la Familia Real perfectamente correcta, puede, sin embrago, ofrecer al Presidente del Consejo de Ministros ocasión para hacerles una advertencia o una indicación, aun respecto a las cosas más inocentes que pudieran realizar, sin que esto tenga nada de extraño ni de nuevo, porque es lo que ocurre en todas partes y lo que ha sucedido aquí más de una vez.

Y hechas estas declaraciones, ¿qué más puedo decir a S.S.? Concrete, si quiere, los cargos, y yo le contestaré; pero respecto a esas fantasmagorías, a esos rumores que S.S. mismo ha declarado que son completamente inexactos, puesto que son contradictorios, ¿qué más debo yo contestar? Aquí no ha habido ninguna falta ni de parte del Gobierno ni del Presidente del Consejo de Ministros, y tampoco ha podido haber ingerencia extraña de ningún género.

Por no recordar algunas palabras de S.S., no rebato con la energía con que debiera hacerlo algunas indicaciones que S.S. ha hecho, y a las que ha puesto muy oportunamente coto el Sr. Presidente de la Cámara; porque en otro caso las rechazaría con todo el vigor que el caso requiere; primero, porque son de todo punto inexactas, puesto que no ha habido absolutamente nada de cuanto esos rumores a que S.S. se ha referido han dicho; y segundo, porque en estos tiempos no caben ni esas intrigas ni esos misterios.

Déjese, pues, S.S. de argumentar de esta manera. Si hay algún hecho concreto que a S.S. no le satisface, y quiere pedirme explicaciones acerca de él, yo se las daré; pero no conviene entrar en un largo debate sobre cosas y personas que, francamente, no encajan bien en el Parlamento. [1711]



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